Ella era la culpable. La única
culpable y lo sabía. Él ya se lo había dicho infinidad de veces con cada golpe,
con cada insulto. Y como se sabía culpable siempre lo perdonaba cuando él,
aplacada la ira, también le pedía perdón. Incluso aquel día en que un impulso desconocido la llevó a
rebelarse y aunque había sido en defensa propia le pidió perdón por última vez, antes de que cerraran el féretro.
Microrrelato leído en el "Córdoba breve - Primer encuentro de Microrrelatistas"
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